lunes, 6 de octubre de 2008

Vida cristiana consistente Filipenses 1:27




Solamente procurad que vuestra conducta como ciudadanos sea digna del evangelio de Cristo, de manera que sea que yo vaya a veros o que esté ausente, oiga acerca de vosotros que estáis firmes en un mismo espíritu, combatiendo juntos y unánimes por la fe del evangelio.


El punto de inicio, o base elemental, desde donde comienza un desarrollo cristiano sólido y saludable, y la cualidad que nos permite alcanzar las metas que Dios nos ha fijado como individuos o como iglesia, es la ”Consistencia”.la necesidad de que todas las premisas y practicas que sostenemos como creyentes o como comunidad cristiana estén rigurosamente apegadas a la verdad, y que sean estrictamente cumplidas y establecidas , es el secreto de un crecimiento seguro y sostenido .Este principio es ineludible. La consistencia es: “equilibrio, solides, durabilidad”, es lo que hace que algo o alguien sea digno de confianza y de ser seguido. Es la propiedad característica de lo que es duradero, estable o sólido.
En este verso Pablo está haciéndole ver a los creyentes de Filipos, la necesidad de un cristianismo consistente, sólido, la vida cristiana debe estar caracterizada, por la confiabilidad, el amor y la pureza. Vivir de tal forma que aunque no nos estén mirando, ser fieles: “sea que yo vaya a veros o que esté ausente, oiga acerca de vosotros que estáis firmes”.La iglesia debe ser consistente en la unidad, la unida es indispensable para poder resistir la adversidad, para desarrollar la gracia divina dentro de nosotros y para establecer la verdadera fe. La iglesia debe ser consistente en su celo, porque el celo santo es indispensable para sostener los principios nobles y puros del evangelio, y para provocar en nosotros la pasión por Cristo y su obra en la tierra. Cualquier flacidez en cumplir o hacer cumplir los principios del evangelio, es profetizar nuestro propio fracaso, ser inconsistentes o gelatinosos, en el cumplimiento de los principios bíblicos, quizás produce un crecimiento, pero muy lejos de ser sólido seguro y saludable.
EL HERMANO JESUS DIAS COMENTA.
El entonces descendió, y se zambulló siete veces en el Jordán, conforme a la palabra del varón de Dios; y su carne se volvió como la carne de un niño, y quedó limpio.” (2 Reyes 5:14)

Naamán era general del ejército de Siria y de alta estima ante los ojos del rey, pues era un gran estratega por quien Dios había traído salvación a la nación Siria de las agresiones de naciones enemigas. Su reputación también se extendía a la manera en que trataba a sus siervos y siervas pues en la narrativa bíblica vemos que éstos se preocuparon por su salud y desearon su sanidad. Y es que Naamán era leproso. Toda su gloria, su posición elevada de liderazgo, su prestigio y alta clase social no podían sanar su aborrecible enfermedad que le alienaba y separaba de una vida normal. Éstas solamente la podían disfrazar y disimular. Y esto él hacía pensando que esto era todo lo que podía hacer. Un día una noticia alentadora le llega y se embarca en un viaje para encontrarse con un profeta de quien se dice puede curar su lepra. Cuando por fin llega ante la casa del profeta Eliseo, es sorprendido con la medida por la cual él habría de ser sano. Y Aquí es revelado el prejuicio del gran general: “He aquí yo decía para mí: Saldrá él luego, y estando en pie invocará el nombre de Jehová su Dios, y alzará su mano y tocará el lugar, y sanará la lepra. Abana y Farfar, ríos de Damasco, ¿no son mejores que todas las aguas de Israel? Si me lavare en ellos, ¿no seré también limpio? Y se volvió, y se fue enojado.” Naamán tenía un fuerte prejuicio nacional con el subsiguiente desprecio a todo lo extranjero, en este caso a lo relacionado a Israel. Era éste un complejo de superioridad que se extendía aún al ámbito de la religión observándose ello en su declaración de “Jehová su Dios”. Naamán pensaba también que el Dios de Eliseo habría de sanarle de un modo preconcebido, una manera de su propio diseño donde su prestigio no sufriera perjuicio, donde su disfraz y cubierta de gloria terrena no tuviera que ser descubierta. “Su Dios me sanará de una manera rápida, fácil y cómoda donde no tenga que pasar apuro”, pensaba él. Para nada pensaba él que para recibir su sanidad habría primero de bajarse de su carro, segundo de quitarse la ropa y exhibir su lepra, tercero de descender a las aguas y cuarto de zambullirse no una sino siete veces a la vista de todos allí. A las sabias palabras de sus siervos accedió y fue al Jordán. Fue una vez que Naamán se despojó de su ropaje disimulador de gloria y esplendor—de su pretensión, de su complejo y prejuicio en cuanto a Dios y su manera de hacer las cosas—de su orgullo, que entonces recibió su redención pues de ahí en adelante Dios dejó de ser solamente el Dios de Eliseo para venir a ser su Dios también. Es la fe expresada en obediencia a la palabra de Dios, a lo que Él dice y de la forma que Él dice, que trae salvación. Y esa palabra manda a todos los hombres y en todo lugar a que se arrepientan. Hay una lepra más terrible que la de la piel y es la del alma: el pecado. El principio de Naamán nos es de gran ilustración para ser sanos del mismo.
“Empero Dios, habiendo disimulado los tiempos de esta ignorancia, ahora denuncia á todos los hombres en todos los lugares que se arrepientan: Por cuanto ha establecido un día, en el cual ha de juzgar al mundo con justicia, por aquel varón al cual determinó; dando fe á todos con haberle levantado de los muertos.”

(Hechos 17:30-31, RVA)
JESUS DIAZ
PO BOX 133464 HIALEAH, FL 33013 USA

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