jueves, 29 de enero de 2009

El tiempo pasado 1 Pedro 4: 1-6



Puesto que Cristo ha padecido por nosotros en la carne, vosotros también armaos del mismo pensamiento; pues quien ha padecido en la carne, terminó con el pecado, para no vivir el tiempo que resta en la carne, conforme a las concupiscencias de los hombres, sino conforme a la voluntad de Dios. Baste ya el tiempo pasado para haber hecho lo que agrada a los gentiles, andando en lascivias, concupiscencias, embriagueces, orgías, disipación y abominables idolatrías. A éstos les parece cosa extraña que vosotros no corráis con ellos en el mismo desenfreno de disolución, y os ultrajan; pero ellos darán cuenta al que está preparado para juzgar a los vivos y a los muertos. Porque por esto también ha sido predicado el evangelio a los muertos, para que sean juzgados en carne según los hombres, pero vivan en espíritu según Dios.


Es siempre duro nadar contra la corriente; y si el esfuerzo es moral, la dificultad no se disminuye. Estos primeros cristianos se encontraban así. Ellos deben haber tenido dificultades de las que hoy nosotros no tenemos ninguna experiencia, solamente una estimación imperfecta. Si vivían entre una población judía, estaban seguros de ser ofendidos por su nueva fe. Y cuando recordamos el celo de la persecución de Saulo de tarso, podemos ver que en muchos casos cuanto mejor era el judío más se sentía en el deber de limitar, y si es posible, exterminar las nuevas doctrinas.

Entre los paganos, la porción de los cristianos que vivía dentro de ellos, la situación a menudo era mucho peor. La gente escuchaba un rato la enseñanza de los misioneros, pero con todo, eran inestables, como en Listra pudo verse, que hoy estaban tratando de apedrear a los que ayer veneraba como dioses. Y podrían fácilmente hacerlo, por causa de su mayor número, podían traer los magistrados para infligirles penas, incluso donde la multitud se refrenó de violencia. El grito, “estos hombres alborotan excesivamente nuestra la ciudad,” (Hechos 16:20) estaba seguro de encontrar a una audiencia lista. Mientras que el alboroto y la violencia que rabiaron en una ciudad como Efeso, cuando Pablo y sus compañeros predicaron allí, demuestran cuánto se pueden juntar los intereses temporales contra la causa cristiana. En creyentes individuales, que no eran predicadores, los ataques violentos no eran menos, sufrir en carne propia era la porción de la mayor parte de ellos en el tiempo en que Pedro escribió la epístola, de ahí la figura que él emplea para describir la preparación que ellos necesitaban: “Armaos de este pensamiento”.En otras palabras: “háganse listos, porque ustedes van a luchar”, la versión internacional traduce: “Asuman ustedes la misma actitud (de Cristo). San Pablo también, escribiendo a Roma y a Corintios, utiliza la misma figura. “Pongámonos la armadura de la luz (Romanos 13:12),” “la armadura de la rectitud en la mano derecha y la izquierda. (2 Corintios 6:7)” .

Como Cristo sufrió en la carne, Armaos también vosotros con la misma mente. Aunque algunos movimientos y ataques del enemigo caerán en la carne, el conflicto es realmente espiritual. El sufrimiento en el cuerpo, debe ser sostenido y superado con la energía interna del Espíritu Santo; la armadura de la luz y de la rectitud es el equipo del alma, que el apóstol aquí llama “la mente de Cristo”. Ahora ¿cuál es la mente de Cristo que los luchadores cristianos deben usar? La expresión “la mente de Cristo” implica la intención, propósito, resolución, que se fija el corazón. La intención de la vida de Cristo era oponerse y superar todo lo que era malo, y consagrarse a si mismo a todo lo bueno por amor de su pueblo. Esto último él nos lo dice en su oración de despedida a sus discípulos: “Y por ellos yo me santifico a mí mismo, para que también ellos sean santificados en la verdad. Juan 17:19“. Este es el pensamiento del que debemos armarnos, según el Apóstol Pedro. Nadie puede controlar las circunstancias, realmente ningún hombre puede controlar ni adueñarse de sus circunstancias, hasta que no se ha controlado el mismo y aun cuando se haya controlado el mismo, no tiene poder para cambiar las cosas. Pero sí el hombre puede poner a tono sus sentimientos y mente con relación a las cosas y de ese modo equipararlas y controlarlas. Porque en fin de cuenta las variadas cosas que tiene la vida, afectan al hombre acorde a los sentimientos y mente que tenga para ellas. Cuando vemos lo que nos pasa, con la mente y sentimientos de Cristo, todo se resuelve. Por eso el apóstol Pablo dijo: Nosotros tenemos la mente de Cristo. No estoy hablando de mente positiva, estoy hablando de ver como Cristo ve, sentir como Cristo siente.

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